¡ROMA TRADITORIBUS NON PREMIAT! Roma no paga a traidores.

Así reza el aforismo latino, probablemente apócrifo, pero útil para destacar el bajo rango humano que concedemos a los «traidores». En nuestra cultura, la traición máxima: Judas Iscariote vende a su maestro Jesucristo por treinta siclos de plata, arranca una ingente y brillante obra artística cuyo tema central son la traición y por oposición la lealtad, reflejo de la naturaleza y condición humana. El asesinato del Rey Hamlet a manos de Claudio, su hermano. la traición de Salvatore Tessio a don Vito Corleone en el Padrino. El Cid desterrado injustamente por acusación de apropiación de riquezas del rey  Alfonso VI. Incluso Don Juan Tenorio, arquetipo libertino del Romanticismo cuenta las mujeres seducidas y para esa época, también traicionadas. ¡Oprobio y castigo para el traidor!

Pocas veces, el traidor se ve a sí mismo como tal. Encontramos pocos casos donde el arrepentimiento  se establece como manera de compensar la felonía y la defección, que lleva al perdón. El traidor siempre maneja excusas, razones adecuadas a su intención y comportamiento. La traición es justificable. Las circunstancias le obligan. El no quería, pero lo obligamos. Lo hizo por nuestro bien. No supo hacerlo de otra forma. Mil y una razón, tantas como traidores hay en la faz del planeta tierra.  Existe un mecanismo psicológico que explica razonablemente bien, por qué el felón, no se siente mal por su traición. Lo llamamos la teoría de la disonancia cognitiva y es muy útil para interpretar la conducta adictiva. Hace referencia a la tensión o desarmonía (disonancia) interna del sistema de ideas, creencias y emociones (las cogniciones) que percibe una persona al mantener al mismo tiempo dos pensamientos que están en conflicto, o por una conducta que entra en conflicto con sus creencias y con las del grupo social de referencia. Sólo se resuelve acomodando, o bien el cambio de conducta (se rectifica el comportamiento ignominioso), o bien se cambia de actitud hacia el objeto de la traición. Como la idea de haber traicionado es muy desagradable, entonces se justifica el acto y se refuerza el arsenal crítico-ideológico contra el traicionado. Es un cambio de actitud o de conducta, lo que acaba resolviendo el malestar que siente el cobarde, justificando su vil conducta.

Parece que la biología del mal obliga…La mente del traidor está dominada por el miedo, la pasión y el egocentrismo. Este tipo de emociones devienen de cogniciones delirantes que se atribuyen la posesión de la verdad. Existen múltiples tipos de traición, por amor, por odio, por poder, por dinero, por interés, por ignorancia, por miedo. Por todo aquello que en lo humano nos lleva a la obcecación.

Este tipo de conductas se despliegan con la sofistificación de nuestros grupos sociales en el neolítico. El excedente alimentario, la manufactura, junto con la necesidad de jerarquización para ordenar el grupo políticamente, constituyeron las bases para crear un mecanismo de defensa frente al traidor:  La Lealtad, que actúa como mecanismo social de seguridad y se corresponde en obligación al modelo del mundo compartido por el grupo. Juntos somos más fuertes para sobrevivir.  Así si uno rompe el pacto, tácito o explicito, se desmorona  el equilibrio otorgado. Por eso repudiamos a los traidores, porque desestabilizan la moral y ética que el grupo se adjudica.  En la actualidad los medios de comunicación muestran hechos de traición al grupo diariamente, los casos de corrupción político-económica provocan un malestar más intenso en nuestra sociedad si cabe ante las desigualdades de oportunidad. Son muestra de la indignidad de algunos hacia el grupo que se perpetua, como la condición humana.

Ante tal hez, no podemos más que dignificarnos. ¿Cómo? a través de la lealtad hacia nosotros mismos. Cuando los traidores arrecian es cuando se nos permite un dimensión épica, homérica que dignifica nuestra difícil actuación. Es el momento de resinificar nuestras prioridades. Es el momento de los valientes, sin dar la espalda a nuestros principios morales, a nuestras creencias. A continuar ante el dolor y el sentimiento de desanimo. Porque en estas oportunidades es donde realmente se obtienen lecturas trascendentes, cardinales. Sabes quienes están a tu lado cuando pintan bastos, ¡capital!. La derrota nos hace más fuertes, ellos no lo saben pero están tomados por su miedo, por su ignorancia, por su escasez intelectual. Y entonces… traicionan. Por ello debemos de autentificarnos en nuestra ética, en nuestra libertad, en nuestro honor.  No queda más. Es lo más auténtico, legítimo, genuino.

 

El conjurado agarró la toga trábea de César asiéndola con firmeza para impedirle moverse.

– ¿Qué haces? -replicó César- ¡Estás utilizando la violencia!

En ese momento otro de los conjurados se acercó por detrás a César y le clavó su puñal en la espalda. César se volvió y se defendió clavándole el stilo que llevaba para escribir en el brazo al traidor, pero cayeron sobre él los demás conjurados apuñalándole. César aún tuvo fuerzas para empujarlos, pero los carniceros se lanzaron sobre él apuñalándolo con saña. Entonces, cubierto de heridas, desangrándose, Cayo Julio César se irguió con dignidad, se colocó la túnica para que al caer cubriera sus piernas y, siguiendo una milenaria costumbre, se cubrió la cabeza con la toga para no tener que ver el rostro de sus asesinos que volvieron a lanzarse sobre él apuñalándole hasta que cayó muerto a los pies de la estatua de Pompeyo Magno que presidía la Curia del teatro de Pompeyo.

Los necios siempre se conjuran contra el integro y el libre. Sólo los lobos esteparios logran sobrevivir al invierno siguiente.

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