Oliver Sacks. Homenaje, un famoso relato neuropsicológico.

El pasado 19 de febrero publiqué un post sobre el neurólogo Oliver Sacks que revelaba en un acto de honestidad y de inconmensurable pragmática, que padecía un cáncer terminal. Falleció el pasado 30 de agosto. La neuropsicología avanzó con él.

Oliver Sacks, fue un grandísimo neurobiólogo y psicólogo que supo trasladar su pasión a través de relatar y popularizar sorprendentes casos clínicos. Personas que perdían su memoria, y con ello  la mayor parte de su pasado, su conciencia, su «yo». De aberraciones perceptuales tan devastadoras que rayan lo increíble y la comedia. Les recomiendo que busquen algún libro o relato.

Uno de sus casos más famosos, conocido y leído por todo psicólogo y amante de curiosidades de la mente, es el celebrado «El hombre que confundió a su mujer con un sombrero»,  (Anagrama) En él, el doctor Sacks nos muestra entre otros elogiados relatos, a un distinguido y famoso músico que había pasado a ser un magnífico profesor de música en el conservatorio de su ciudad. Fue en la relación con sus alumnos donde se comenzó a detectar extraños comportamientos que al principio todos tomaron como excentricidades o pequeñas bromas. Nos recuerda al afable personaje de dibujos Mr. Magoo, hablando y dando palmaditas a los parquímetros, creyéndolos niños; hablando y extrañado de que no contestaran algunos muebles… Sus facultades musicales seguían siendo asombrosas y se sentía estupendamente. Sus errores eran tan risibles que no parecía anticipar algo grave. Al cabo de tres años le diagnosticaron diabetes, y ya conocen la relación entre problemas de la visión y este trastorno metabólico. Consultó a un oftalmólogo y al no encontrar perturbación ocular le recomendó ver a un neurólogo. Acudió al Doctor Sacks.

Al poco de iniciar la entrevista médica, Sacks descartó de inmediato la demencia. Era un hombre culto, simpático, hablaba con fluidez, memoria, tenía sentido del humor. No entendía por qué había ido a visitarlo. Y sin embargo había algo raro. Miraba orientado a mí, no obstante parecía que me observara con los oídos, no con los ojos…

—¿Y qué le pasa a usted?

—A mí me parece que nada, a veces cometo errores.

El Doctor Sacks siguió con su examen. Cuando reconocía los reflejos notó la primera experiencia extraña. Le había descalzado el zapato izquierdo para una prueba frívola pero fundamental en neurología (rascar la planta del píe); todo bien. Lo dejo que se colocara el zapato y comprobó que no lo hacía.

—¿Quiere que le ayude?

—¿Ayudarme a qué? ¿A quién?

­—Ayudarle a usted a ponerse el zapato. —Y añadió, ¿El zapato? ¿El zapato?

Miraba hacia abajo, buscándolo, al final poso su mirada en su pie.

—¿Éste es mi zapato, verdad?

… ¿Bromeaba? ¿Estaba ciego? Le ayudo a ponerse el zapato. Su paciente estaba muy tranquilo, indiferente. Con total normalidad.

A continuación Sacks prosiguió con su exploración y abrió una revista (National Geographic) y le pidió que describiera una foto, dunas en el desierto del Sahara.

—¿Qué ve usted aquí?

—Veo un río, un parador pequeño. Hay gente cenando en la terraza. Unas cuantas sobrillas de colores.

No miraba la portada sino el vacío y aventuraba rasgos que no existían, a través de las sombras y claros de los tonos de la imagen. Sacks relata que palideció y mostro una cara de horror, mientras que su paciente sonriente pensó que la visita había terminado y comenzó a buscar su sombrero. «Alargó la mano y cogió a su esposa por la cabeza intentando ponérsela. ¡Parecía haber confundido a su mujer con un sombrero! Ella parecía habituada».

El relato continua y sigue describiendo su examen clínico. Era completamente capaz de describir formas abstractas, figuras geométricas, las de una baraja; de un libro de caricaturas identificaba el puro de Churchill. Pero no podía reconocer las expresiones en las caras. No reconocía la foto de su hermano sino a través de identificar rasgos (dientes, mandíbula cuadrada…) Nada le parecía familiar. Se encontraba atrapado en un mundo de abstracciones sin vida. De lo concreto de la situación a lo general. No tenía un mundo visual, no tenía un yo visual. Podía hablar de cosas pero no las veía directamente. No fallaba la cognición, la gnosis; podía interpretar, formular hipótesis cognitivas, rellenar el contexto, dar explicaciones de las cosas. Pero ni rastro de la gnosis personal. No era capaz de hacer un juicio cognitivo. Cuando nosotros miramos a una persona la describimos no solo por sus rasgos sino también por sus expresiones, por su mirada. Realizamos juicios intuitivos, personales, globales, relacionamos unas cosas con otras. Para el doctor P. (así lo llama Sacks en su relato) no existía ninguna persona exterior ni interior. Esto es lo que le faltaba. Carecía de juicio. Su realidad era terriblemente abstracta, sin identidades. Un hombre puede ventilárselas sin actitud abstracta…pero si está exento de juicio…pata pam. Perecerá.

                «El hombre que confundió a su mujer con un sombrero» pone en entredicho uno de los axiomas más tradicionales de la neuropsicología clásica: la idea de que la lesión cerebral, cualquier lesión cerebral, reduce o elimina la actitud abstracta y categórica reduciendo al individuo a lo emotivo y concreto. En este relato se muestra completamente lo opuesto.

Sacks nos advierte que nuestras ciencias cognoscitivas padecen una agnosia similar al del doctor P, cuando evita todo lo relacionado con el juicio, lo particular, lo individual, lo personal y se hace exclusivamente abstracta, estadística y probabilística. Por cierto el diagnóstico formal del doctor P: agnosia visual provocada por un tumor cerebral.

«He amado y he sido amado. Se me ha dado mucho y he dado algo a cambio; he leído y viajado y pensado y escrito (…) Por encima de todo, he sido un ser sensible, un animal pensante, en este hermoso planeta, y que en sí ha sido un enorme privilegio y aventura»

Oliver Sacks.

 

Cursiva y negrita pertenece al autor.

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