Todas las personas podemos realizar los cambios necesarios para transformar nuestras vidas, tan sólo debemos tomar la decisión y actuar: LA INCERTIDUMBRE.
Nuestra situación actual, de crisis económico-social, me obliga como psicólogo, a mostrar algunas opiniones y estudios científicos que sirvan para aliviar los estados disfuncionales que los soportantes de tal situación padecemos. Y para tal labor, harto grata, comenzaré por criticar algunas voces sabias de compañeros de profesión y aledaños científicos.
Algo que destaca en las noticias científicas, son las nuevas aportaciones realizadas por investigadores, donde se descubren nuevos genes que indican la propensión a padecer tal o cual enfermedad. En concreto, en el ámbito de la depresión, se ha localizado una variante específica del gen 5-HTT implicada en la depresión. En diversas ocasiones escucho, tanto a profesionales de la psicología, como al gran público en general, afirmaciones del tipo: “todo está en los genes”, “su conducta responde en gran medida a su determinación genética”, “no puede evitarlo, lo lleva en los genes”… Este determinismo genético al que nos hemos adherido recientemente, nos lleva a un reduccionismo casi insultante. Según estas teorías, los hombres estamos abocados al saco del automatismo de nuestros genes. Es decir, “no soy responsable de quien soy ni de lo que hago, puesto que mis genes dictan mi conciencia y conducta”. Así que, ¿tendré yo tocado el susodicho genecito de las narices?…con tanto problema ya no se si mi tristeza es natural u obedece a un trastorno de depresión. ¿Seré yo el del 5-HTT?
Sabemos que un grado elevado de incertidumbree inseguridad, produce altas dosis de estrés, por supuesto, y puede llegar a ocasionar desagradables trastornos psicológicos y emociones disfuncionales.
Mi buen amigo Juan Manuel, profesor de derecho constitucional en la universidad autónoma, en esas largas horas de amenas charlas, con buen whisky en sendos vasos, en las que siempre aprendía mucho más de lo que yo podía aportar, me dijo una vez: “Mira Joaquín, todo lo que hemos hecho en los últimos dos mil años, ha sido caminar en círculos alrededor de la sabiduría de los clásicos”. Siempre lo he tenido en cuenta. Y hoy al releer algunos artículos sobre el asunto que me lleva a escribir, le recuerdo y recuerdo: “Yo soy yo y mis circunstancias”. Orteguiana aseveración por todos conocida. Es decir, que te toque la “lotería” y te lleves el gen 5-HTT al nacer no implica ,per se, que tu vida sea un infierno sumido en la depresión más absoluta, y que los fabricantes de fármacos antidepresivos te pongan una estatua en la Ágora de tu villa. Las condiciones externas: el ambiente, nuestras experiencias, nuestra ubicación social, nuestra capacidad de gestión cognitiva, influyen en nuestro organismo y de esa manera, en nuestra conducta. Es decir, los genes “no determinan nada”. La interacción entre el entorno y los genes es lo que modela al ser humano. Los genes están ahí, si, pero no dictaminan sentencias, son potencias que dadas ciertas circunstancias…se activan. Por lo tanto, si somos capaces de controlar las condiciones ambientales de forma provechosa, el gen tiene muchísimas más probabilidades de permanecer inactivo.
Aparece otro elemento esencial en esto que nos ocupa; el control de la felicidad: La dopamina. Esta sustancia, tiene mucho que decir cuando hablamos de placer. Como toda sustancia…unos disponen de mayor cantidad que otros. Así los dueños de que mi moto funcione y me proporcione altas dosis de dopamina, están en el golfo pérsico ¿…? Las últimas investigaciones al respecto (de la dopamina, la incertidumbre y la felicidad) indican que el cerebro segrega esta sustancia cuando se anticipa el valor de la recompensa, no tan sólo cuando se obtiene. Interesante. Podemos beneficiarnos de tal resultado científico. En el experimento clásico, una rata aprendía que cuando se enciende un luz en su jaula y presiona tres veces sobre una palanca, obtiene la recompensa (pellets de comida) segregando la sustancia….la dopamina. Al tiempo, aprende y controla, que cuando se enciende la luz, ¡genial! llega el papeo…y la dopamina inunda todo su sistema nervioso…En el experimento más reciente, se introdujo una nueva variable: La incertidumbre. La rata obtenía su recompensa de forma aleatoria, una de cada dos veces. ¡Eh, pensó la rata!… Se observó entonces, que cuando el animal presionaba la palanca, el aumento de dopamina alcanzaba límites superiores (no sabía cuando iba a ser premiada, aunque ella seguía en su empeño de buscar la recompensa).
Es decir, que cuando incorporamos a nuestra vida la dosis justa y adecuada de incertidumbre el placer es mucho mayor que cuando la recompensa es segura. Pero cuidado, Según el autor del experimento, el afamado Dr. Robert Sapolsky, la dosis adecuada de incertidumbre es más efectiva rondando el 50 por ciento. Que viene a decirnos, que el estrés que provoca la incertidumbre no siempre es terrorífico. Qué sería de nosotros si tuviéramos la certeza de que cada vez que no acercamos a nuestros objetos de seducción, consiguiéramos nuestros objetivos. Si tuviéramos la certeza de que aunque jueguen fatal siempre marcará en el minuto 15 y en el 45 nuestro equipo de futbol, o si mi vida siempre fuera estable segura y sin ningún tipo de aventura….Y que es sino la aventura, una incertidumbre en la que confiamos en nuestras posibilidades y en que el azar no resuelva contra nosotros en demasía. Por lo que invito a los lectores a utilizar más la palabra aventura, cuando pinten bastos en nuestra vida, que se revistan mentalmente de Indiana Jones o Lara Croft, según sean sus gustos, que se ayuden de la imaginación, de la creatividad. Que cambien determinación por probabilidad, que actúen, queprogramen actividades que proporcionen “dopamina”, que cambien crisis por aventura y que en esta descubran ese cincuenta por ciento de probabilidades, de que la vida es, como poco, INTERESANTE, siempre VIVIRLA.
Joaquín J. Cantó
Psicólogo